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Miércoles, 9 de septiembre 2009
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Sacamos la piel de un trozo de salmón (unas rodajas o un lomo), sin dejar nada de carne. La lavamos, la secamos y la cortamos en rectángulos. Las freímos en abundante aceite a fuego muy vivo y las sacamos a un plato con papel de cocina, tras unos segundos, dejando que suelten el aceite sobrante, las pasamos a otro plato. Cuando se enfríen tendremos un crujiente delicioso.
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