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Si usamos la verdura fresca, se lava, y se retiran los tallos doblando cada hoja al medio (longitudinalmente, como un libro) y cortando este, obteniendo dos semihojas limpias. Ponemos abundante agua a hervir con sal, y en ella se blanquean las hojas, solo meter y sacar.
Se escurren bien, se cortan finamente a cuchillo y se rehogan con una nuez de mantequilla.
Cuando ya no salga vapor, se añade la nata y se remueve hasta que esta tome consistencia de crema (este es el paso que en España no se suele respetar, la reducción a crema, por eso las salsas de muchos restaurantes suelen saber a natona) lo cual puede llevar tranquilamente su buen cuarto de hora.
Se deja reposar con un paño húmedo por encima y mientras preparamos los piñones, que para que desprendan el máximo sabor hay que saltearlos con una gota de aceite hasta que tomen un ligero tono dorado, pero sin llegar a tostarse.
Se agregan a la crema de espinacas (con la pizca de aceite que quede en la sartén, ya que este sabrá al fruto seco) se remueve todo y se deja reposar.
Para los costrones se usa pan duro, que cortamos en daditos (lo más decorativo es hacer formas con un sacabocados, tréboles, corazones, y esas cursiladas), se restriegan con un diente de ajo partido al medio y se fríen en abundante aceite bien caliente para que no lo chupen y queden crujientes.
Para servir, lo más clásico es poner las espinacas en cazuelitas de barro y recalentar al horno (se puede agregar un poco de queso rallado con un dadito de mantequilla para que luzca mejor) y los costrones se ponen aparte o, si hemos hecho formas, pues clavados en la propia pasta.
1/2 kilo de espinacas (en limpio)
50 gramos de mantequilla
1/4 litro de nata líquida
50 gramos de piñones
Pan duro
Ajos y aceite
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